Despierto
en un mundo sin límites. No hay nada que marque hasta dónde puedo llegar, no sé
que es positivo o negativo, que es respetado y valorado y que será juzgado.
Caminaré durante el día sobre un camino sin normas en mi cabeza, pero ese camino discurre por una
realidad sujeta a peligros, críticas y necesidad de esfuerzo.
Pensamientos en un mundo sin límites |
Educar sin varita mágica
Definir unos límites en el comportamiento de un menor es básico para convivir en armonía así como para ayudarle en su desarrollo personal y social. Todos necesitamos límites.
El ritmo de vida actual nos lleva a funcionar de forma permisiva y poco paciente. Los límites son obligaciones para todos. Tendemos a confundir límite con distancia emocional, es decir, si paso poco tiempo con mi hijo siento la necesidad de permitirle todo para asegurar que mi hijo me quiera. Esto es un error. Al no poner límites transmito a mi hijo inestabilidad e irrealidad y, posiblemente, que no le quiero lo suficiente para esforzarme por él. Marcar límites define el camino correcto de educar y querer a tu hijo.
¿Qué entendemos por límites en la educación de un menor?
Se trata de la estrecha línea que separa lo correcto de lo no admitido. Los menores, como parte de su proceso madurativo y de su adaptación al mundo, van a explorar los límites a su alrededor. De pequeños andamos, corremos o nos subimos a artilugios hasta que comprobamos, normalmente a base de golpes, que no podemos hacer eso, que si intentamos correr a esa velocidad nos caeremos, que hacer ese tipo de equilibrios nos supone, probablemente, un doloroso golpe, etc. Es decir, buscamos los límites para saber qué y en qué condiciones podemos hacer las cosas, de esta forma encontramos unos límites que nos proporcionan seguridad y nos ayudan a sentir cómodos y adaptados al entorno. Exactamente igual que ocurre con los límites físicos ocurre con los conductuales. Buscamos ir más allá y necesitamos encontrar un final, un tope, una norma que nos permita sentirnos seguros. La advertencia de lo aconsejado, la meta de llegada, la cuerda que sujeta, el fuego que quema, la goma de saltar de nuestra infancia, la línea que separa las baldosas, la delgada línea roja…
Empatiza con tus hijos:
¿Quién no ha soñado con saltar los límites alguna vez? O simplemente ha deseado lo prohibido… ¡Ponte en su lugar!. Eres joven, sientes la necesidad de probar cosas, de llamar la atención o de mostrarte ante los demás. ¿Eres capaz de empatizar con tu hijo? De no ser así, prueba con la siguiente idea:
Haz una lista mental de cuatro límites que desearías eliminar en tu vida. ¿Qué emoción te produce la simple idea de poderlos saltar? Ahora bien… ¿Qué consecuencias podrían provocar?
Esa es la idea que necesitamos transmitir a nuestros hijos. ¡Existe una razón más grande y fuerte que todas las demás. Los límites están y sirven para evitar consecuencias negativas! Esa es la parte que cuesta más, entender las consecuencias y la necesidad de interpretar bien los límites.
Explícaselo así:
“Hijo, a mi me encantaría hacer siempre lo que yo quiero, desearía que no hubiera normas y poder saltar cada límite, TE ENTIENDO, pero no se trata de una OPCIÓN, sino de una orden que he de dar a mi mente para no generar consecuencias negativas”.
A veces nos cuesta creerlo pero los menores entienden el concepto de límite y de consecuencia. Simplemente están en fase de aprendizaje y, como nosotros, son tozudos. Están aprendiendo a vivir y solo necesitan tu ayuda.
Dos ejemplos muy diferentes de lo que ellos entienden por límite en función de lo que sus padres les transmiten:
. María (8 años) “Son instrucciones para saber que tengo que hacer. Lo utilizan mis padres para enseñarme a hacerlo bien”.
. Marcos (14 años) “Creo que mi madre no me quiere, no me pone ningún límite, supongo que o no sabe o le da igual que lo haga mal”.
Empatizo
conmigo como padre:
Conocer este tipo de conceptos me ayuda a educar a mi hijo pero no me asegura la perfección. Aprender cómo he de hacerlo me acerca a crear las pautas adecuadas y de la mejor forma posible. El secreto esté en saber que es lo correcto e INTENTARLO con esfuerzo y perseverancia.
Lamentablemente las situaciones de la vida no siempre son las ideales y, cumplir con los puntos anteriores se torna en una tarea más compleja. Os proponemos reflexionar sobre circunstancias que vivimos en nuestro día a día y que influyen directamente en las pautas ideales. Son las siguientes:
. Mantengo con mi jefe una conversación muy tensa.
Si en ese instante me habla mi hijo, ¿puedo hablar a mi hijo calmado con voz suave?
. Observo como hijo intenta hacer daño a otro niño.
¿Puedo trasmitirle comprensión en todo momento?
. Mi compañero desmonta mi trabajo sin razón alguna.
¿Puedo explicarle el por qué de las injusticias y enseñarle a aceptar?
. Estoy en mitad de un supermercado.
¿Puedo ignorar cada llamada de atención negativa?
. Tengo mil cosas que hacer y llego tarde a todo.
¿Puedo reforzar cada conducta positiva en su justa medida?
. Termino de trabajar a las 20.00, veo a mis hijos dos horas al día.
¿Puedo plantearle las consecuencias totalmente coherentes a sus hechos?
. Estoy muy irascible porque mi madre está enferma.
¿Puedo evaluar su estado de ánimo y regularlo junto a él?
. Tengo que ir a comprar, al médico, extra escolares…
¿Puedo jugar cada día con él?
. El día está lleno de normas y mi hijo ya ha incumplido seis antes de desayunar.
¿Puedo enseñarle a respetar y cumplir cada norma?
. Discuto con mi pareja porque le ha dado a nuestro hijo algo que le habíamos prohibido.
¿Puedo ser un modelo correcto?
¡No te machaques, esfuérzate! No se trata de cumplir cada instrucción a la perfección, nuestros días crean diferentes circunstancias, manejar cada una y obligarnos a cumplir todo a raja tabla supondrá en nosotros una tensión tan elevada que se convertirá en algo contra producente. El simple hecho de conocer que he de hacer e intentarlo asegura un mejor funcionamiento y una educación adecuada.
¿Cómo
aplico los límites?
1. Objetividad. Define unas normas claras y concretas. Un límite bien especificado, con frases cortas y órdenes precisas, suele ser más sencillo para un niño.
Incorrecto: Siempre estás gritando.
Correcto: Hay que hablar bajito en la biblioteca.
2. Existen obligaciones. Marcamos claramente cuál es el límite, no se lo preguntamos ni planteamos como opción, esto solo le puede llevar a confusión.
Incorrecto: ¿No crees que deberías no insultar a tu hermana?.
Correcto: Tienes que hablar adecuadamente a tu hermana, los insultos están prohibidos.
3. Firmeza y seguridad. No titubees, permítete equivocarte. Dar muchas vueltas a los límites en presencia de tus hijos solo les aportará dudas sobre la importancia o seguridad que tú trasmites.
Incorrecto: Si no te duchas no se qué voy hacer, pero no te va a gustar.
Correcto: Después de entrenar te tienes que duchar, si pospones la ducha perderás tu tiempo de música.
4. Refuerza lo positivo. De poco sirve enfadarse antes de tiempo. Anticipar que no lo va hacer solo me ayuda a desconfiar, a irritarme y hablar incorrectamente. Confía en la posibilidad aunque tu experiencia te recuerde que es muy pequeña. Exprésale los límites con esperanza.
Incorrecto: A ver si hoy recoges tu cuarto por fin.
Correcto: Cuando estés terminando de recoger tu cuarto me avisas para que te ayude a colgar esa ropa que el cajón está muy alto.
5. Explicar el porqué. Los límites se explican la primera vez que aparece y, de ser necesario, nuevamente si de verdad creemos que lo ha olvidado. En las siguientes ocasiones, recondúcele con pistas sin necesidad de explicación.
Incorrecto: Tienes que hacer los deberes antes de jugar porque sí.
Correcto: Los deberes se hacen antes de jugar para que nuestro cerebro esté fresco y con mucha fuerza (Además será un aliciente para él terminarlos pronto y poder jugar sin responsabilidades pendientes).
6. Sugiere una alternativa. Cuando apliques un límite al comportamiento de un niño, intenta indicar una alternativa aceptable. La alternativa ha de ser una alternativa positiva.
Incorrecto: No puedes jugar con los palos.
Correcto: No puedes jugar con los palos, puedes coger tus juguetes que tanto te divierten.
7. Rutinas. Cuando acostumbras a cumplir un mismo limite todos los días, deja de ser una norma para convertirse en una rutina.
Incorrecto: Hoy tienes que ducharte después de cenar.
Correcto: Hoy toca lo de todos los días, cena y ducha.
8. Desapruebo la conducta, no al niño. Al hablar no somos consientes del daño implícito de nuestro mensaje. No es igual decir que torpe soy a se me ha caído la taza. Los mensajes que recibimos terminan definiendo el concepto de nosotros mismos.
Incorrecto: No puedes ser agresivo con tu hermana.
Correcto: Tienes que tratar bien a tu hermana, no vamos a permitirte que le pegues o insultes.
9. Controla las emociones. Posiblemente sea el punto más difícil de ejecutar. Gestionar nuestras emociones resulta complicado cuando vamos muy rápido y las circunstancias no son favorables. Aún así podemos hacer un esfuerzo. Si creamos previamente los límites, no erraremos en su intensidad o consecuencias. Cuando sabemos cuáles son las normas es más sencillo no dejarnos manipular por mi emoción actual.
Incorrecto: (Estoy cabreado) Vas a estar un año sin jugar.
Correcto: (Estoy cabreado) Ya conoces tú consecuencia por esto.
Definir los límites para nuestro hijo es una tarea que no es bueno improvisar. Para evitarlo te proponemos la siguiente estrategia:
Estrategia propuesta: Mis límites.
Crea una lista en papel con los límites que consideras necesarios y ve apuntando otra lista en sucio con aquellos que consideres secundarios. Al lado de cada norma o límite que consideres que ha de cumplir tu hijo, coloca una posible consecuencia para regular correctamente su gravedad. Con forme automatice e introduzca cada limite en su rutina ve aportando a tu lista de prioritarias los límites secundarios.
Ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario