En este caso, tenemos el inmenso placer de presentaros un texto de Ana Hernando. En él reflexiona sobre su percepción de la Adolescencia.
Tu hijo, tu vecino, tu hermano, o el niño que ves todos los días en el parque, va a crecer. No sabemos cómo va a ser, los gustos que va a tener, lo bien o mal que le irán los estudios. Tampoco sabemos cuándo se echará pareja, si le gustará la fiesta o preferirá quedarse en casa.
Hay miles de factores que influyen en los jóvenes. Crecen y se forman a partir de todo aquello que les rodea. Todo les afecta, todo lo adquieren y todo lo aprenden. Nosotros, como ese padre, ese vecino o ese hermano, no podemos abarcar todos sus entornos ni todos los factores que van a repercutir en su vida, pero sí podemos tratar de guiarles en cada uno de los caminos.
En la adolescencia se producen muchos cambios; en nuestro exterior, en nuestro interior y en nuestro entorno.
Los adolescentes están en momento de conocer, de abrir puertas y mentes, de experimentar, de aprender con las victorias y aún más con sus derrotas. Pero son ellos los que tienen que aprender de ellas, son ellos los que tienen que confundirse, mejorar y reaprender.
Aunque estemos ahí para cosérselas cuando se les rompan, tratemos de no cortarles las alas.
Ese niño del que hablábamos, un día crecerá y tal vez te diga que en clase alguien le ha insultado por no ser lo suficientemente guapo, alta o inteligente. Quizá ese comentario sea pasajero, pero puede no serlo. Aunque todos tratemos de ignorar aquellos despechos que los de nuestro alrededor nos hacen, no siempre es posible. Nos dañan, y no podemos permitir que la infancia se vea afectada por esto. Seguro que puedes hacer que se sienta comprendido, hacerle ver que no siempre podemos ser como los demás quieran, que intente destacar todas las cualidades que tiene y, por supuesto, que ser alto, bajo, feo, guapo y más o menos inteligente, no va a determinar lo lejos que puede llegar.
Un día crecerá y discutiréis por la hora de vuelta a casa un día que tenga un cumpleaños. Y de ahí a una noche de fiesta, y a otra, y a otra… Y pasará, porque lo hemos pasado todos. A veces cuesta ceder, cuesta vencer la preocupación de lo que le pueda pasar o vencer esa protección a la que tendemos por naturaleza. Pero ellos tienen que salir, tienen que descubrir mundo, sociabilizar. No hablo de dar una libertad total; unas normas y unos límites marcados siempre vienen bien. Pero si se sienten comprendidos, si les mostramos la confianza que tenemos en ellos, esto se hará recíproco. No consiste en saber lo que hacen en cada momento, sino enseñarles lo mejor y lo peor de las noches, para que ellos sepan poner sus propios límites. Yo recuerdo el primer “mamá, he probado el alcohol” que con tanto miedo dije, y aún recuerdo mejor la contestación de, estando más decepcionada que enfadada, “beber no está bien Ana, hay que tener cuidado, saber controlarlo”, No seamos rígidos, no pongamos límites extremos que lleven a la tentación de sobrepasarlos. Pensemos que todos lo hemos vivido, y todos seguimos aquí disfrutando de vez en cuando.
La fiesta les condiciona; posiblemente prueben el alcohol, conozcan a gente nueva, ambientes nuevos… Incluso pueden conocer a una persona en la que se fijen y que les guste un poco.
Todo ello es lo que les va a formar, todo ello son las acciones, los valores, las creencias, las personas que van a hacer que estén llenos por dentro. Nuestros jóvenes dependen en gran parte de nosotros; de los maestros, del entrenador del equipo, del hermano mayor, del profesor de clases particulares, del panadero del barrio… Ellos dependen de nosotros, de nuestro ejemplo.
Yo estoy segura de que los jóvenes de hoy en día están formados, son genios, tienen dones, ganas, energías, vitalidad y constancia. Ellos, como tú, como yo y como todos, sólo necesitan comprensión y sentir las espaldas reforzadas de cariño.
Ana Hernando (21 años)
Estudiante de Terapia Ocupacional por la Universidad de Oviedo.
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